domingo, 20 de abril de 2008

Medios, Política y Sociedad

MEDIOS, POLITICA Y SOCIEDAD

Una nueva historia vieja

De Nicolás Casullo, en: http://static.pagina12.com.ar

“El vínculo orgánico entre propiedad privada de los medios de producción, es decir desigualdad estructural y radical, y ‘democracia’, ya no es un tema de polémica socializante, sino la regla del consenso.”
Alain Badiou

Siempre es bueno comenzar con la cita de un filósofo francés cuando uno es un “intelectual”. Además, cuando tal filósofo hace referencia a brutales olvidos en nuestras formas actuales de la política. Olvido de palabras que solían nombrar críticamente la realidad del mundo, suplantadas por otras palabras raticidas. Ejemplo, el vocablo “consenso”, al parecer naïf, pero que hoy sirve para nombrar una suerte falaz de “mundo-todos-de-acuerdo”, pero mundo al que sin embargo le faltan todos los que no están invitados en esa mesa. Y donde tampoco sobreviven los temas “desaparecidos”, que ni siquiera parecen estar en la memoria de las cosas.

Algo de esto sucede con el tema de los medios de comunicación, su relación con la sociedad como poderes privados, con el Estado, su función y significados en el marco de los conflictos nacionales. De pronto el tema alcanza escena, visibilidad en el país, una imprevista voz presidencial, intervenciones universitarias, títulos, “Observatorio de Medios”, “Ley de Radiodifusión”, “Grupo Clarín”, “Papel Prensa”. Y es bueno que esto suceda. Es de primera importancia para discutir aquí, como en muchas democracias latinoamericanas atravesadas por los grandes trusts formadores de opinión pública.

Decía del olvido temático, una forma de la barbarie cultural que se padece. Porque hablando en estos días con alumnos y periodistas jóvenes, el litigio sobre los medios parte hoy de un precario punto cero. Como si careciese de todo antecedente. No porta biografía, sino las típicas ideologías del presente donde todo se reduce a un Boca y River sin contenido específico. Esto es, a la imposibilidad de pensar de qué se trata lo que está en tensión: cosa difícil de despejar cuando los propios medios son los aludidos y actores. Olvido entonces de una faceta de la historia política argentina, donde la cuestión de los medios de comunicación de masas fue parte central para pensar inconformistamente nuestra cultura, la izquierda, la derecha, las hegemonías, la contienda de intereses en el campo de las representaciones.

Volver al futuro

Enfatiza el sociólogo Heriberto Muraro –al analizar los Informativos de los canales 9, 11 y 13– sobre “el empleo del noticiero como difusión de ideología conservadora” a partir de “la mutilación y el retoque de noticias”. Apunta sobre “la transformación de dichos programas en una suerte de show”, que pretenden “la neutralización de la información” (aparentar que no se toma posición política), a la vez de “promover falsamente una ideología crítica ‘popular’, transacción ideológica” como dispositivo que procura que el espectador “se sienta comprendido”: con “una identificación inmediata” con la pantalla desde mensajes “parciales y vicarios”. Esto lo estudió y lo publicó Muraro no al otro día del paro agrario, sino en junio de 1972: una época que estaba signada por el encuentro activo de estudiosos y periodistas sobre el espinoso tema de las comunicaciones de masas en la Argentina.

Por ese entonces, 1973, comenzó a editarse una de las revistas más importante de la época, Comunicación y Cultura, uno de cuyos directores, Héctor Schmucler, escribió en su primer número: “La revista escoge la ‘comunicación masiva’ como punto de partida específico del debate político cultural”. Y agregaba que desde ese tema clave, “deben emerger los gérmenes de una nueva teoría y práctica de la comunicación que se confundirá con un nuevo modo de producir la vida”. Señaló al respecto: “Durante los últimos años se ha desarrollado un impetuoso movimiento de estudios sobre la comunicación masiva, que tiñe todo el debate político” sobre qué democracia se quiere.

Efectivamente, los últimos años ’60 y los primeros ’70 trajeron una plena toma de conciencia en los mundos artísticos, periodísticos e intelectuales, no sólo sobre la importancia de discutir la comunicación masiva, sino cómo encarar políticamente la problemática concreta sobre un poder privado, monopolizado en escasísimas manos y que trastrocaba el imaginario de amplios actores sociales.

Escribía en 1970 el otro director de Comunicación y Cultura, Armand Mattelart: “El medio de comunicación de masas es un mito al cual se considera dotado de una autonomía que trasciende a la sociedad misma. Es la versión actualizada de ‘las fuerzas naturales’ que ocultan sus distintas formas de manipulación”, que plantean “modelos normativos” y crean “una comprensión colectiva donde los conflictos son tergiversados”. Argumentaba Ma-ttelart: “Se trata de hacer evidente la actuación del medio, de modificar la estructura de poder de la información de masas, la concentración económica de ese poder, la malformación cultural que sufre la democracia con respecto a los dueños de ese poder”.

Edades periodísticas de crítica

Las polémicas que tienen lugar en la actualidad no dan cuenta de esta historia cultural. Historia que legitima por qué un problema es un problema de verdad. El Gobierno que de pronto da la sensación de romper con “socios” mediáticos a los que ha privilegiado hasta hace muy poco, y los medios que se sienten agredidos simplemente porque pasan de ser sujetos denunciantes a objeto de análisis como actores siempre posicionados, ambas instancias exponen muchas veces “la tierra arrasada” en que se convirtió en los últimos veinte años, al menos, la relación política-medios-crítica. Y también sobre la ausente tarea periodística reflexionándose a sí misma en cuanto a este poder ideológico.

Sin duda, hace cuatro décadas los conflictos a debatir sobre la comunicación masiva se impusieron como una ecuación medular, donde se dirimía qué tipo de sociedad institucional estaba en juego. Esto desde agrupaciones periodísticas peronistas como la 26 de Julio, 26 de Enero, el Bloque de Prensa, que entre los años 1969 a 1974 nuclearon gremial, política e intelectualmente al periodismo más concientizado en la crítica a los medios, o desde una tarea de contrainformación como la de Rodolfo Walsh, ya en plena dictadura. Entre estas dos referencias del pasado, tal arco de experiencias postuló que lo mediático de masas debía hacerse visible en el escenario social: caracterizable, “leíble”, cuestionable desde la crítica política. Sobre todo desde el propio productor de información, y con planteos de corte económico, jurídico y de la misma práctica laboral, ítem referidos directamente a la importancia de la construcción de sentido común societal.

Así lo expuso también un analista del fenómeno, el norteamericano Herbert Schiller, en un documento publicado en 1975 por la UBA: “No se puede hablar ya de política y Estado nacional sin señalar el nuevo poder tecnológico y cultural de las comunicaciones en manos monopólicas. Dichos medios no son ya simple trasmisores de información, sino medios de control social. Se debe pluralizar democráticamente –desde la participación y la crítica de la sociedad civil y política– el tema de las responsabilidades de ese poder privado que se adueña de una controvertida idea de libertad y democracia”.

Fue una extensa experiencia de debate político, que luego quedó borrada no sólo por la edad del exterminio dictatorial, sino por la década del peronismo menemista que terminó de sepultar las huellas de esta herencia y sus diversos partícipes. De tal manera que hoy, el regreso del tema en el propio mundo de la cultura aparece como “sorpresa”, o gesto “autoritario”, o lesionante de una idea mítica de “libertad de prensa” como coro empresarial asumido por un nuevo intelecto conservador.

Todavía para 1986 el sociólogo Oscar Landi puntualizaba: “La democracia post dictatorial no tuvo una decidida intervención de la política sobre el sistema de medios. Entre la propiedad privada de los medios y las intervenciones del Estado, se debió hacer ingresar un tercer elemento: la comunicación como derecho social, a través del cual democráticamente la sociedad interviene en la definición de su sistema de medios”. Agregaba Landi: “En el fondo está en juego cómo se genera la representación en el sistema institucional”.

El alfonsinismo no lo hizo, y con el menemismo se extinguió todo debate importante sobre los medios. Todavía para 1991 expresaba el analista Luis Alberto Quevedo en un congreso sobre Cómo Pensar Política y Medios: “Lo nuevo es el papel productivo de la TV en la formación de la agenda pública, en la construcción de escenarios, en la legitimación y deslegitimación de personas y temas. No se trata de saber cómo la TV oculta la realidad, sino qué realidad construye”.

De esto hace dieciséis años. Pero es ahora. Para aquel entonces el tema ya había abdicado de casi todo protagonismo (incluido el período Kirchner) hasta hoy. La política y la cultura, desde arriba o desde abajo, desde el centro hacia la izquierda (salvo excepciones de escasa repercusión), perdió contacto con sus propios legados en la materia. Con la propia riqueza de sus archivos. Un pensamiento cultural donde las cosas aparecen siempre “nuevas”, repentinas, sospechosas, marca la actual línea de indigencia “posmoderna”. Sería válido entonces recobrar la memoria de que en América latina diferentes sectores avanzados del campo cultural polemizaron y propusieron alternativas a la relación Medios-Sociedad en los ’70 (caso Perú sobre todo), como clave de construcción de una comunidad democrática popular. Y hoy, frente a una nueva coyuntura de conflictos, muchos núcleos políticos lo vuelven a discutir en Ecuador, Brasil, Bolivia y Venezuela.

Tal vez ahora se pueda, de avanzar ciertas inéditas intenciones del Gobierno, reponer y desplegar un debate (cancelado) sobre los medios masivos, en el contexto de una situación donde ninguna identidad política, ninguna instancia gremial o cultural, ni muchas universidades, tiene un discurso que va mucho más allá del sentido común que impone la programática de mercado con su doctrinarismo sobre “la libertad” del alto capital mediático concentrado, y el fetichismo del periodista “independiente”.

A veces los ’70 no son solo muerte y duelo. La memoria también es esto.

domingo, 13 de abril de 2008

Poder y Comunicación

Domingo, 13 de Abril de 2008
ENTREVISTA CON EL DIRECTOR DE LA CARRERA DE CIENCIAS DE LA COMUNICACION
“Todos los días nos invaden los marcianos”
Alejandro Kaufman analiza la relación entre el sistema de medios y las formas que asumió la cobertura del lockout agrario, la creación de un observatorio y el rol de la Facultad de Ciencias Sociales. Advierte que “los medios hegemónicos no han revisado su propia historia reciente” y que “no puede haber libertad de expresión exenta de crítica a los medios”.
Por Javier Lorca
–¿Qué relación hay entre los modos que asumió la cobertura mediática del lockout agrario –en la que la Facultad de Ciencias Sociales advirtió discursos racistas y clasistas– y la particular constitución del sistema de medios argentino?
–La concentración del sistema de medios tiene como consecuencia que, aunque pueda ser importante el número de publicaciones gráficas, las dominantes abarcan la mayor parte del mercado. La centralidad porteña de los principales medios audiovisuales tiende a imponer a todo el país lo que sucede en Buenos Aires. También existe un estilo, una impronta cultural que considera la homogeneidad un valor, por lo que la monotonía de la agenda y su univocidad suelen ser lo común. En una situación de crisis, las consecuencias políticas e institucionales pueden ser gravísimas. Los medios hegemónicos no han revisado su propia historia reciente, sus comportamientos en la dictadura con respecto a la represión y la guerra de las Malvinas. El contexto democrático posdictatorial exige cambios en los medios, cambios que no han tenido lugar. Desde ya que no es el Estado el que podrá conducir esos cambios, sino la recuperación posdictatorial de la sociedad civil. Todo indica que falta mucho para ello.
–Después de las críticas formuladas por Ciencias Sociales a la cobertura del conflicto, ¿cómo analiza la reacción de la mayoría de los medios, más centrada en la función de un observatorio –y en cuestionar a la facultad– que en examinar si hubo o no expresiones y prácticas discriminatorias?
–Fue el consejo directivo de la facultad, órgano democrático de gobierno en una universidad pluralista con libertad de cátedra, el que consideró que era necesario poner un límite a los desbordes y excesos que se habían producido. Los medios hegemónicos exhibieron con naturalidad expresiones y actitudes incompatibles con la convivencia social, cuya continuidad o expansión sólo podrían llevar al desastre. Como los medios hegemónicos lucran con la inminencia de la catástrofe, se trata de una política mediática destinada a provocar pánico e inquietud en la población. Actúan como Orson Welles cuando hizo aquel radioteatro famoso sobre la invasión de los marcianos. Ahora hay deliberación o negligencia, porque se conocen los efectos de los grandes medios de comunicación. Todos los días nos invaden los marcianos. Entonces la reacción fue congruente con ello. No es que sectores de la sociedad se preocupen por la paz social o la convivencia, o el Gobierno por gobernar de un modo viable, sino que hay en ciernes una diabólica iniciativa para suprimir la libertad de expresión. Como tantas otras veces, en lugar de abrir un debate con argumentos, se prefiere la alarma, el escándalo y la demonización. Expresiones como la de la “garita mediática” lindan con la barbarie y la estolidez. Por suerte, incluso en los mismos multimedios, hubo actitudes mejores, más sensatas, que no se plegaron automáticamente al discurso que se procuró generalizar.
–¿Para qué puede servir un observatorio de medios construido desde el Estado? ¿Cómo evitar que sea un canal para el poder de gobierno circunstancial?
–La participación de las universidades públicas tiene como finalidad establecer cierta garantía de ecuanimidad, porque se basa en convocar a instituciones autónomas, con gobiernos propios, elegidos por los claustros, y objeto de discusión en las propias universidades. Los intentos gubernamentales de controlar a las universidades han requerido intervenir sobre ellas de maneras violentas. Esto no implica desconocer que la realidad política nacional influye en las universidades, como parte de la sociedad que son. De todos modos, la clave para evitar que un organismo semejante pudiera ser objeto de un uso espurio reside en la sociedad civil, en el ejercicio de las libertades civiles y la vigencia de los derechos humanos. Lo que ocurra con un observatorio construido desde el Estado depende de la situación del conjunto. Es importante que actividades de esta naturaleza tengan correlatos independientes del gobierno y del Estado, sin perjuicio de que confluyan diversas iniciativas públicas, sociales y privadas.
–¿Cómo conciliar la necesidad de una crítica al rol de los medios de comunicación con la libertad de expresión?
–La crítica al rol de los medios forma parte de la libertad de expresión. ¿Cómo podría ser de otra manera? No puede haber libertad de expresión exenta de crítica a los medios. Los medios elaboran un producto público, destinado a acceder a las conciencias de toda la población. Un observatorio observa lo mismo que todos los espectadores. La única diferencia es que lo observa con otra mirada, otra actitud, antes que nada sustraída a la fascinación que los medios inevitablemente producen. Como Ulises, el observatorio se propone atarse al palo mayor de la nave para no caer bajo el influjo seductor de las sirenas. Eso es lo que molesta tanto, que se difunda un discurso crítico, que la hegemonía inapelable de los medios se ponga en tela de juicio, que se haga desde afuera de ellos lo que la mayoría de ellos no hace, que es examinarse a sí mismos. Una libertad de expresión anclada en la libertad de las empresas concentradas dista mucho de garantizar el ejercicio pleno de ese derecho básico. Resulta llamativo que se sientan vigilados porque alguien los va a mirar de otro modo que el que ellos prescriben. Es eso lo que rechazan, que alguien, legitimado por instituciones destinadas a proteger derechos instale una discusión sobre las formas y los significados concernientes a los medios. Debería sorprender que se llame vigilancia a la observación de lo que está a la vista. Me recuerda al relato del rey desnudo. Piden que guarde silencio el niño que revela su desnudez, por otra parte a la vista de todos, estupefactos ante la intimidación que imponía el disimulo de lo obvio. Es evidente que los medios hegemónicos ejercen acciones cuestionables sobre el público, pero siempre es más fácil participar del consenso presunto, de la sensación de que nos hablan a todos y de que todos hablamos por ellos. Hay que vencer ese círculo vicioso, y permitir y permitirse la crítica.
–La intervención de la facultad fue interpretada, desde diversos sectores, como un apoyo político al oficialismo. ¿Puede intervenir la universidad en la realidad sin que su intervención sea reducida a –o descalificada por– un tomar partido en la dicotomía con que se planteó el conflicto?
–Se interpreta como apoyo al oficialismo cualquier actitud que no coincida con el temperamento muy extendido en la cultura política de estos años de ejercer una oposición paranoica contra el Gobierno. Contextualicemos. Hay dos palabras que en el lenguaje argentino de la posdictadura quedaron canceladas: “errores” y “excesos”. Después de tanto esfuerzo por refutar el uso que hizo la dictadura de esas palabras para encubrir sus atrocidades, pareciera que esas palabras ya no se pueden usar. Si decimos de cualquiera que ha cometido errores o excesos en lo que sea, nos suena como si estuviéramos repitiendo el argumento de la dictadura. Estoy simplificando, pero es algo que ocurre hasta cierto punto. Como no se pueden usar esas palabras, hemos quedado reducidos al blanco y al negro. Si alguien se equivoca o se excede es porque encubre atrocidades. Si no encubre atrocidades, entonces pertenece al bien puro. “Kirchner”, cada uno de sus errores y excesos, es lo mismo que Hitler, pero sin campos de concentración, como dijo en su momento Carrió, y habría que recordar a cada minuto, por lo inconmensurable que es el daño causado con esas palabras, no sólo en el momento en que fueron dichas, sino porque el conjunto de su descripción del Gobierno es fiel a esas palabras. Se ha producido una atmósfera por la cual la foto de un reloj en la muñeca de la Presidenta es lo mismo que una montaña de dientes de oro amontonados en Auschwitz. En esta homología icónica reside el poder de los medios, sistemáticamente utilizado por sectores de la oposición. De esta manera, nos vemos en dificultades para decir que la declaración de Cristina sobre Sábat fue un error, y que la intervención de D’Elía en Plaza de Mayo fue un exceso, sin que se tenga la sensación de que estamos disculpando algo que en realidad corresponde por un lado a un anuncio de represión de la Gestapo y, por otro lado, a una acción de las tropas de asalto de las SA. Con esto solo no podríamos garantizar que alguna de estas cosas no sucedan en el futuro o en otras circunstancias. Pero no están sucediendo ni hay ningún indicio de que estén sucediendo. En cambio, se las describe como si fueran inequívocas. El error de Cristina acerca de Sábat fue criticado en forma precisa y severa por varios de los principales columnistas de Página/12, con argumentos muchísimo mejores que la mayoría de los que se exhibieron desde la oposición.
–¿Cómo analiza la particular relación del gobierno kirchnerista con los medios?
–La actitud del Gobierno es reactiva, frente a una oposición que prefiere la difamación, la inducción de la histeria colectiva y el pánico destituyente antes que la confrontación política argumentativa y crítica. Esto no implica que el Gobierno tenga en su haber la virtud de la racionalidad política ni mucho menos, pero ha mostrado en estos años más sensatez que algunos de sus adversarios. En lugar de limitarse a acusarlos por no dar conferencias de prensa habría que interrogarse y reflexionar sobre la historia reciente de los medios y sus relaciones con la política. Después de años de horror dictatorial, frivolidad farandulesca en el menemismo y finalmente la crisis terminal del 2001, lo que ahora está ocurriendo no puede menos que abrir interrogantes sobre esas terribles experiencias. Quien quisiera superarlas debería hacer algo más que dedicarse a destituir al kirchnerismo. No reivindico las interpelaciones directas a empresas y periodistas como método, dado que son una consecuencia de la historia reciente. Hay demasiados periodistas y modalidades comunicacionales que fueron parte de la dictadura, y que cada vez que pueden la reivindican de un modo u otro. Esos sectores, mucho más amplios de lo que podría suponerse, odian visceralmente al Gobierno por lo que tiene de divergente de la dictadura y del menemismo, no por lo contrario. Lo odian por lo que tiene de redistributivo, justiciero, defensor de los derechos humanos, no porque no sea republicano. ¿Debo aclarar que no soy ni me siento “kirchnerista”? Solo un contexto de polarizaciones y distinciones binarias genera una situación casi insoportable, en la que si no se comparten las demonizaciones corrientes del Gobierno, entonces se cae bajo la sospecha de una complicidad con no se sabe qué cosas tremendas. ¿Esa restricción conceptual no es totalitaria al fin de cuentas?

www.pagina12.com.ar

NTIC y Escuelas

¿Cómo pensar nuevos puentes entre los grandes cambios (y constantes) de las tecnologías y los conocimientos que formará a las generaciones ...