martes, 22 de enero de 2008

PROHIBICIÓN 2.0 Y ESCUELA 0.1


Por Sergio Balardini[1]

Hace unos días, nos vimos sorprendidos, o no tanto, por una noticia que anunciaba las intenciones de algunos representantes políticos de legislar la prohibición del uso de reproductores de mp3 en las escuelas, interpretando las demandas de ciertos grupos docentes. En los fundamentos del proyecto –no muy felices, por cierto-, se argumentaba, por una parte, que estábamos ante una nueva modalidad del viejo machete, ahora digital, acorde a los tiempos. Y, además, que en las clases los chicos se distraen escuchando música en lugar de atender a su docente. Bué, alguien dijo con inteligencia por allí[2], cómo aún no se les ocurrió prohibir las tizas, para evitar que sean lanzadas por el aire, lo mismo que el papel, dado que una técnica manual de uso frecuente permite hacer pequeños bollos y escribir en los pupitres; las reglas, porque puede escribirse en el reverso contenidos propios de examen, en fin... hay mucha normativa posible si nos ponemos creativos.

¿Hasta dónde nos llevará este ansia prohibicionista de la tecnología en la escuela? Prohibimos los cibers próximos; prohibimos el uso de celulares; prohibimos los Mp3; cómo seguimos, a ver: podemos prohibir el uso de relojes, llaveros, anteojos, y hasta calzados y camperas, porque, hay que ver todos estos “objetos” que usamos normalmente en la vida, comienzan a tener componentes digitales, que, a esta altura, por sus posibilidades, hacen y harán todo lo que nos imaginemos posible.

Entonces, una posibilidad podría ser pretender que las vidas cada vez más tecnológicas y digitales de los jóvenes, se conviertan, al pasar por la puerta de la institución en desconectadas, a-tecnológicas, o con tecnología del siglo que pasó.

Como algunos dicen, tenemos la web 2.0 y la escuela 0.1 ¿eso queremos? Cuando los jóvenes viven en mundos cada vez más tecnos, ¿pensamos que les resultará atractiva una institución que les responda con papel y lápiz, tiza y pizarrón? Y esto, de ningún modo significa hacer marketing de la tecnología o seguidismo del deseo de los alumnos. Significa aplicar criterios de uso social propios del tiempo que se vive.

Por supuesto, ya lo sabemos, la tecnología no está distribuida socialmente con equidad y, hay que agregar, no es responsabilidad de la tecnología misma, sino de las desigualdades que la anteceden y que merecen nuestro rechazo, tanto como el aliento de políticas de distribución y redistribución. Ahora bien, la tecnología llegó para quedarse y va ocupando cada día más territorios, sin dudas, convertida en canal, herramienta, plataforma para las prácticas sociales.

Sin embargo, parece ser mucho más fácil ejercer la respuesta refleja que la reflexiva, el rechazo (o enamoramiento) tecnológico sin poner mayor esfuerzo en pensar creativamente cómo aprovechar estas tecnologías corporizadas en nuevos dispositivos técnicos. Por supuesto, para poder hacer esto, hace falta ayuda y colaboración de diferentes instancias, pero la actitud reactiva, dificulta, por principio, un elemental acercamiento al tema.

Esta especie de Ley Seca Tecnológica que algunos parecen proponer, en realidad, impide trabajar con los alumnos las posibilidades sustantivas que ofrecen estas tecnologías, es decir, pasar del saber intuitivo de su uso, a su aprovechamiento integral. Porque, aunque no sea lo que se pretende, los jóvenes que disponen de mayores recursos –los tecnológicos derivan de ellos- son quienes están en mejores condiciones de aplicar estas tecnologías para el aprendizaje y la generación de nuevos conocimientos. O sea, que no meterse con la tecnología, también es un modo de no distribuir socialmente saberes vinculados y asociados a las posibilidades productivas que los mismos ofrecen.

Pero no seríamos justos si no acompañáramos estas impresiones con el reconocimiento del hecho que cada vez más docentes e instituciones se esfuerzan por cambiar esta situación de rechazo reflejo e integrar la tecnología digital a sus actividades (y sus vidas). Con ayuda de otros docentes, de sus directivos, de sus alumnos, de una oferta de capacitación cada vez más interesante, buceando por la web, experimentando. Es cierto que todavía no hemos alcanzado la masa crítica necesaria para producir un cambio de perspectiva de conjunto, pero esos docentes se hacen cada vez más visibles, participando de seminarios, actividades, foros, e incluso, a través de la creación de sus propios sitios en la web, que crecen en cantidad y calidad, aceleradamente[3].

No importa si ello no lo convierte automáticamente en nativos o residentes digitales, seguramente se convertirán en prácticos usuarios digitales, diestros en el uso de herramientas, en diálogo y alianza con los nativos, generacionalmente más jóvenes, con quienes compartirán y disfrutarán de las posibilidades que la tecnología digital les ofrece. Allí la tarea docente encuentra entonces posibilidades de desarrollo, de resultar atractiva para sus alumnos –y atractiva no quiere decir sin esfuerzo- de encontrar nuevas dinámicas colectivas, nuevas formas de colaboración, de manifestar inquietudes, de dar lugar a la creatividad y de producir sentido.

Sin ocuparnos de internet y sus numerosas aplicaciones de interés, en esta ocasión, nos preguntamos si no es posible tener una política para construir puentes con los cibers, que signifiquen facilidades de uso para nuestros alumnos con inclusión de programas de simulación y educativos, abonos por hora para los docentes, el aprovechamiento de estos espacios para tareas colaborativas, en fin... creando alianzas en lugar de crecientes distancias. O, pensando en los artefactos portátiles: mp3, celulares, cámaras de fotos y digitales, y la más que segura, próxima –y muy pronta- generación masiva de aparatos que integrarán todas aquellas funciones –de hecho ya existen- y a costos que rápidamente se reducirán. Ya hoy, un celular estándar permite: sacar fotos, crear o reproducir video, crear o reproducir audio, escuchar radio, usar calculadora, correr juegos, escribir pequeñas notas, enviar mensajes, navegar algunos sitios. Funciones que permiten, y vale la redundancia: hacer fotografías, producir videos, crear música, grabar entrevistas, enviar o solicitar información, comunicarse, entretenerse, informarse, informar, y cuanto más. ¿Podemos renunciar a aprovechar el potencial de uso de estas herramientas, que cada día serán más poderosas, a la par que económicas, para nuestra tarea educativa?

Por cierto, existen obstáculos a salvar, y va de suyo que se presentarán, a cada paso, nuevas situaciones a resolver, educativas (capacitación), sociales (económicas) y tecnológicas (infraestructura), entre otras, que tendrán que ser procesadas, pero esto solamente será posible si nuestra perspectiva es su integración crítica a nuestra labor, como haríamos en cualquier otra herramienta o insumo potencial, por ejemplo, con ciertos textos o libros, antes de incluirlos en nuestra propuesta curricular.

Por su parte, muchas argumentaciones de rechazo expresan las dificultades que los adultos tienen en su relación con las nuevas generaciones, pero estas son cuestiones de otra índole que requieren de un tratamiento específico y que refieren a los cambios en las relaciones entre las generaciones, los roles a desempeñar por unas y otras, y las características que asumen en el sostenimiento del vínculo. En este caso, la tecnología, contrariando al postulado reactivo, bien podría resultar un elemento de aproximación, si la posición de los adultos procurara el acercamiento.

La carga identitaria que los adolescentes atribuyen a celulares y reproductores, estetizándolos y personalizándolos refleja su relación con los mismos y su uso frecuente, y queda expresada en sus comentarios: “el ciber es mi segunda casa”, “no puedo vivir sin el celular”, “me levanto y enciendo la compu”. Su proximidad con este mundo tecnológico, su modo “conectado” de vivir, podría representar una vía que los adultos aprovecharan para reducir la “desconexión” a la que tantas veces refieren, cuando califican, demasiado rápidamente, como “apática” a la conducta juvenil en el aula.

También podemos considerar como hecho probable que, teniendo en cuenta la dinámica actual del desarrollo tecnológico, si se dictan normas legislativas férreamente reactivas al uso de estos aparatos y su tecnología aplicada, estas leyes se nos pueden volver en contra muy rápidamente impidiendo el buen uso de nuevas herramientas, debiendo, para reducir el daño producido por tal legislación, derogarlas en el corto o mediano plazo. ¿No será mejor, entonces, establecer normas de convivencia, acuerdos de trabajo áulico y modalidades y criterio de uso?

Volviendo al punto inicial, pensamos que la respuesta no es la prohibición, sino, la regulación para un aprovechamiento integral de estas tecnologías, en la medida que su utilización en los establecimientos e instituciones educativas implica la puesta en línea con objetivos de desarrollo y pedagógicos a alcanzar, aportando a la construcción de ciudadanía e integrando al mundo real, y su uso productivo encuentra en ese propósito su sentido más profundo.



[1] Consultor de la FES (Fundación Friedrich Ebert) en Políticas Públicas de Juventud. Miembro del “Proyecto Juventud” de la FLACSO sede Argentina.

[2] Artículo y comentarios: Chau celulares y mp3. ¿Problema Solucionado? Horacio Lotito. http//portal.educar/educacionytic/debate/chau-celulares-y-mp3-problema.php

[3] Sólo a modo de ejemplo: Edublogger Argentino, primera comunidad de edubloggers argentinos. http://edubloggerargento.ning.com/

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